El artista vasco Ben Yart desembarca en Argentina con su gira Día de Paga, para tocar el 7 de diciembre en Camping. Antes de su debut porteño y de su inminente participación en Cosquín Rock, el vasco habló en exclusiva con FlipAr sobre su acercamiento al país.
Texto: Pilar Muñoz
Foto: Fernando J. Peralvo
Desde hace seis meses, el nombre de Ben Yart resuena en España, a partir de sus apariciones en dos proyectos audiovisuales que convocan a dos tipos de artistas: las voces del momento, esas que no paran de sonar, y aquellos talentos emergentes, joyitas próximas a pegarse masivamente.
Luego de varios años junto al colectivo navarro Chill Mafia, el artista vasco está encarando su faceta solista y eso le valió una “entrevista” en La Resistencia -su encuentro con David Broncano se acerca más a un acto performático- y una participación en Gallery Sessions, el ciclo de sesiones grabadas en una vidriera del Poblenou barcelonés.
En “Ceros”, incluida en el álbum homónimo que publicó en junio pasado, el español deja entrever su particular estilo, que oscila entre la crítica social, la ironía y lo desconcertante. Ben Yart suena a trap -aunque no repite todos los tópicos del género-, lleva trenzas largas, viste a lo motomami y tiene un humor que recuerda al del excéntrico Albert Pla.
Vaticinar qué caminos recorrerá el vasco sería hacer futurología, pero está a la vista que su figura irrumpe en la escena musical con descaro, impronta propia y ambición, sin dejar indiferente a nadie. Es un personaje que te gusta o te disgusta, pero que, al final de cuentas, moviliza y genera ruido.
Después de descolocar al panorama español, ahora Ben Yart está de visita en Argentina, para conquistar al público local en Camping -7 de diciembre- y en Cosquín Rock -11 de febrero-. “Tengo muchas ganas de tocar en Buenos Aires, es de las fechas que más ilusión me hacen de la gira”, asegura el artista a FlipAr, durante esta entrevista en exclusiva.
―Si bien tu obra puede identificarse al trap, no te anclás en el género y regresás a las raíces, a lo folclórico de tu tierra, con pasajes en euskera y actitud punki, y también reminiscencias flamencas. ¿Con qué música creciste?
―Reconozco cuatro fuentes distintas en mi infancia. La primera: mi tía, que me recogía del colegio y me dejaba en su salón con sus discos de Bebe, Chambao, Melendi (primera época), Camarón de la Isla y Paco de Lucía. La segunda: mi plaza, donde se canta mucho flamenco. La tercera: mi colegio, que ponía música vasca para salir al recreo. La cuarta: el rap, al que llegaba por internet.
―Has hablado de que sos consciente del cambio, de los giros y fluctuaciones de la vida. ¿Te imaginás, en un futuro, indagando en otros sonidos?
―Nunca me he ceñido a un género en concreto, he hecho un poco de todo. Lo que quiero hacer es más música orgánica, sin partir siempre de librerías de sonidos y synths, trabajando con músicos de estudio y tocando yo la guitarra.
―En “Ceros” demostrás tener conciencia de clase y una mirada aguda sobre las distintas condiciones sociales. ¿Estás interiorizado en la realidad latinoamericana y, en particular, en la argentina?
―No, la verdad es que ni siquiera estoy familiarizado con la española, pero con el tiempo voy entendiendo que, al haber hablado de mi experiencia con el dinero y al ser yo una persona bastante consciente de lo que le rodea, surgió un buen ensayo sobre las clases sociales. Tengo la sensación de que aquí, en Latinoamérica, las diferencias sociales son aún mayores que en España, pero no tengo idea. Creo que aquí un pijo -un cheto– no entendería mi canción, cuando en España -a menos que sea de la nobleza- sí pillaría los códigos.
En “Ceros” surgió un buen ensayo sobre las clases sociales.
―¿Qué has podido observar de la sociedad y de la cultura argentina? ¿Hay algo que te haya llamado particularmente la atención?
―Vivo en Barcelona, por lo tanto conozco a un millón de argentinos, aunque quizá no es lo mismo un millón de argentinos que la sociedad argentina como tal. Aquí solo llevo un día y lo único que te puedo decir es que el camarero era extremadamente servicial, con muchos recursos cívicos que me recordaron a una época pasada en España, donde hace tiempo que se ha perdido por ejemplo hablar de usted. En el tú a tú, con gente que no está trabajando, me encanta su cercanía, pero choco con su picardía porque soy igual que ellos. El casero me ha caído fatal, era claramente un mentiroso patológico.
En Argentina encontré muchos recursos cívicos que me recordaron a una época pasada en España.
―¿Qué acercamiento tenés con artistas argentinos?
―La cumbia villera y el cuarteto me los he metido enteros porque mi novia se crió en Argentina y me los enseñó. Me chifla. De lo moderno, me gusta L-Gante, que me parece un tío literalmente elegante. Me encanta lo que hace el Doctor Love, aunque algo me dice que me llevaría fatal con él porque es un cabrón. También me flipa toda la RIP Gang; a Dillom y a Saramalacara los conocí en un Primavera Sound en Barcelona, y tengo muchas ganas de ver su show esta semana.
Me encanta lo que hace el Doctor Love, aunque algo me dice que me llevaría fatal con él porque es un cabrón.
―¿Cómo definirías a la Chill Mafia, para alguien que no la conoce?
―Música de tarados de pueblo, con tintes folclóricos y muchas salidas del tiesto, de las que a veces toca arrepentirse. Buenos chavales, con buen corazón.
―En España has participado en festivales grandes, como Primavera Sound o Bilbao BBK Live. ¿Qué expectativas tenés respecto a tu show en Cosquín Rock?
―En Cosquín Rock espero enamorar a todos y, seamos sinceros: generar público argentino. También tengo muchas ganas de ver un gran festival fuera de España, cómo funciona, y descubrir artistas de acá que toquen en el festi. De toda esta experiencia me entusiasma sobre todo poder colaborar y crear con artistas de aquí. Es lo que más ilusión me hace de estas semanas, me gusta mucho cómo crean y tengo ganas de compartir estudio con ellos.