Cruz Cafuné, una de las voces más influyentes del rap español, regresa a Argentina para presentar Me muevo con Dios (2023), su último disco de estudio. Antes del show en el C Complejo Art Media, el artista canario habló en exclusiva con FlipAr acerca del material, las exigencias de la industria musical -y las autoexigencias-, su modo de experimentar la música y su visión de la escena argentina.
Texto: Pilar Muñoz
Fotos: cortesía Mécèn Entertainment
Cruz Cafuné debutó sobre los escenarios porteños en octubre de 2022, durante una fecha en Palermo Groove que cosechó una gran convocatoria, a pesar de que a pocas cuadras tocaba en Niceto Club, y también por primera vez en la ciudad, su colega Rayden, otra de las voces influyentes del rap español.
“Para mí siempre es una sorpresa que la gente conecte con la música que hago, y que lo haga gente al otro lado del mundo me parece mágico”, revela el artista de Islas Canarias a pocos días de su regreso a Argentina, y remata: “La otra vez pensé que íbamos a ser cincuenta personas y al final vinieron setecientas”.
A un año y medio de ese exitoso local, el español estará el próximo domingo 18 de febrero en el C Complejo Art Media, donde presentará Me muevo con Dios (2023), su trabajo más reciente. Se trata del sucesor de Moonlight922 (2020), concebido pre-pandemia, por lo que el canario condensa en sus 76 minutos las emociones y pareceres de tres años, con canciones que van del rap más puro al reggaetón y el R&B.
―Habían pasado tres años desde el lanzamiento de tu último disco. ¿Cómo viviste la espera, pandemia mediante, para sacar a la luz tu tercer material discográfico?
―En diciembre de 2020 saqué un EP, Visión túnel, y hubo música que no entró ahí y que quería destinar al álbum, pero se descartó. Tenía muchísimas, muchísimas demos y nos quedamos con cuatro o cinco de las veintitrés que salieron al final en el disco. Yo siento que la música mola cuando se nota que algo es fresco, que acaba de salir del horno. Sobre todo en un género como el rap: por los ritmos y las palabras que usas al hacer música, se nota cuando algo es nuevo o si ya tiene un tiempo en la gaveta. Al ser artista independiente, al trabajar con Mécèn y no depender de majors, pudimos hacer un montón de música nueva en esos meses y en cuanto estuvo masterizada, mandarla y listo. La última canción del disco se terminó diez días antes de que saliera el álbum. Esa libertad de poder hacer cambios a última hora y quedarme seguro de que todo esté perfecto, me hace pegarme sprints pero creo que vale la pena.
La música mola cuando se nota que algo es fresco, que acaba de salir del horno.
―Muchas canciones que fueron descartadas, nuevas que entraron… En alguna entrevista hablaste de post-its pegados en la pared, durante el armado del tracklist; un proceso casi de rompecabezas, muy artesanal. Con todo el profesionalismo que hay detrás y los años de carrera, seguís manteniendo esa frescura tan importante en el género y en la escena.
―Es que a mí lo que me gusta es hacer música. Yo no soy un tipo que sepa hacer muchas más cosas y tampoco soy alguien que comparta mi vida a diario en redes sociales. Para mí la música es enseñarle al mundo lo último que he estado haciendo, lo último que he estado escuchando, un update de mi vida personal. “Esto es lo que me ha pasado”, “conocí a esta gente nueva”, “me enamoré”, “me desenamoré”, “me peleé con un amigo”, “he viajado”, “he hecho esto”, “he hecho lo otro”. A la hora de afrontar el proceso creativo de un disco, vomito cosas y ya luego veremos el pacing del álbum, cómo lo empacamos para que el resultado final sea una experiencia de escucha agradable.
―El tiburón es una figura que aparece en la portada y en distintas visuales del disco. ¿De qué manera te ves reflejado en su simbología?
―La presencia del tiburón es una manera de representar la ansiedad. A veces porque uno es un culo inquieto y no puede parar de tener planes e ideas. Otras veces por las expectativas que nos ponemos a nosotros mismos o las expectativas que creemos que tiene la gente con nosotros. A veces por el ritmo frenético que tiene la industria musical actualmente, que si no sacas una canción cada mes parece que estás olvidado. Quisimos representarlo con el tiburón porque es un animal que necesita el movimiento para vivir, si no se mueve no respira. Puede parecer un castigo divino, de que Zeus se enfadó con alguien y lo condenó a ser un pez que no puede detenerse en ningún momento y que si no se muere; pero para el tiburón no es nada malo, es su condición, para él moverse es respirar. Son las dos caras de la misma moneda, lo bueno y lo malo, entonces lo usamos como símbolo. En Occidente el tiburón siempre se asocia a hombre de negocio, a hacer dinero, a ser implacable, pero nosotros lo usamos simplemente como un símbolo de que somos unos ansias de tíos y que nos la pegamos en el estudio con ideas de crear cosas.
Representamos la ansiedad actual con la figura del tiburón porque es un animal que necesita el movimiento para vivir, si no se mueve no respira.
―¿Cómo lidiás con esa ansiedad? ¿Hay algún momento en el que puedas o por lo menos tengas la intención de frenar?
―Tuve que aprender a tener tiempo para mis amigos, para mi familia, para mí mismo. Me imagino que por la edad, porque he cumplido ciertas metas. Aún tengo ganas de seguir haciendo y de lograr cosas nuevas, pero me ha relajado bastante el poder mirar para atrás y estar orgulloso de la música que hemos hecho. Creo que todo va un poco de la mano, pero sí he tenido que aprender a las malas en algunos casos.
―En el minuto 1:28 de “Babi Boi”, la argentina Chita hace un interesante guiño al cantar un fragmento del tradicional tango “Cambalache” de Discépolo (1934): “Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé”. ¿Cómo se produjo el encuentro con ella?
―La conocí porque trabajó con Choclock, uno de mis mejores amigos, que es artista y productor. Él me habló de ella, me puso su música y me encantó. En 2022, cuando fuimos a Buenos Aires, la conocí en persona y le comenté que me encantaría en algún momento hacer algo juntos. Y luego, a los meses, vino a Madrid y salió solo en una sesión, todas las piezas empezaron a caer. De repente en un día teníamos la canción terminada. Fue súper orgánico y fluido.
―¿Qué destacás de la escena argentina? ¿Con quiénes te has cruzado?
―El ruido que hizo y que hace la escena argentina es internacional. La sensación que da es que todos se apoyan, se respetan muchísimo y que crean comunidad. Siempre que vienen artistas argentinos a España, todo su equipo es argentino: el mánager, el técnico de sonido, el filmmaker. Se crea una red de profesionales. Eso también es crear cultura e industria; es crear olas, un movimiento. En todos los países hispanohablantes la gente conoce la fortaleza y la solidez de la escena argentina. He compartido alguna vez con Duki. He conocido a Chita, a YSY A, a Taichu, a Rei… Y realmente admiro mucho a L-Gante. Me llama mucho la atención toda la escena del RKT.
El ruido que hizo y que hace la escena argentina es internacional. La sensación que da es que todos se apoyan, se respetan muchísimo y que crean comunidad.
―¿Y qué costumbres o aspectos del país te han flipado durante tu anterior visita?
―El público argentino es muy vibrante, muy enérgico, cómo vive la música en vivo. Era como si la gente estuviera en la Bombonera, parecía un partido de fútbol. No sé si es por la herencia que tienen del rock argentino, no sé exactamente los motivos, las razones; pero me chocó mucho eso, que se lo vivían como si fuera una guerra.