Antes de sus vacaciones en Menorca –y mientras en Argentina vuelve a emitirse ATAV, la exitosa telenovela que protagonizó en 2019-, el catalán Albert Baró charló desde su pueblo natal con Revista FlipAr acerca de su familia y su infancia marcada por el teatro, de sus primeros pasos en la televisión, del salto a la popularidad con Merlí y de su gran experiencia en Buenos Aires.
Texto: Pilar Muñoz
Foto portada: Ruth Franco Talent y Paula Aisenberg
Desde la casa donde se crió, en Sant Esteve de Palautordera, Albert Baró atiende la videollamada con una cálida sonrisa y la tranquilidad de quien volvió a sus raíces tras un año agitado de trabajo en el exterior. Lleva el pelo ondulado, más largo que de costumbre, y una camiseta de L’Horitzó Teatre, al que lo llevó su padre cuando tenía apenas tres años para introducirlo en la que sería su gran vocación.
“Mi familia siempre ha sido muy aficionada al mundo del teatro”, cuenta, y describe que creció viendo que su padre y su tío armaban escenografías, que una de sus tías se encargaba de los vestuarios, otra de las coreografías, y que su primo mayor dirigía algunas de las obras que se hacían en el teatro del pueblo. “Naturalicé el hecho de estar delante de un público, encima de un escenario, y a medida que fui creciendo sentí que ese era mi hábitat natural”, asegura.
De chico naturalicé el hecho de estar delante de un público, encima de un escenario, y a medida que fui creciendo sentí que ese era mi hábitat natural
En ese pueblo de montaña catatán, al que lo separan más de cincuenta kilómetros de la movida Barcelona, todos se conocen con todos. “Muchas veces nos encontrábamos con los amigos ahí, en ese teatro, para jugar y charlar”, relata acerca de sus costumbres de niño, y explica que el lugar pertenecía al abuelo de uno de ellos. El cariño que Baró le guarda al Horitzó Teatre hace que hoy hable de esa cuna con orgullo y que, cada vez que regresa, su olor le remita a momentos felices.
Además de un segundo hogar, fue allí donde un director de televisión –también vecino del pueblo- lo descubrió, a los ocho años, y alentó a sus padres a que lo llevaran a una prueba general de la televisión de Catalunya. Ya se vislumbraba la naturalidad del pequeño artista, que acaparaba las miradas en los espectáculos de baile y expresión corporal: “Siempre he sido el más chico del grupo y me ponían adelante, por un tema de estatura y también supongo que porque se me daba bien”.
Siempre he sido el más chico del grupo de teatro y me ponían adelante, por un tema de estatura y también supongo que porque se me daba bien
Fue así que, con la ayuda de sus padres, Albert Baró preparó un monólogo para presentar en el casting, que finalmente gustó a quienes lo vieron e hizo que, un tiempo después, consiguiera su primer trabajo, en la tira diaria El cor de la ciutat, de la TV3. A partir de ese momento, los proyectos se sucedieron uno tras otro y el niño actor tuvo que rebuscárselas para no descuidar sus obligaciones escolares: “Tenía que remontar con horas extras en casa, haciendo los deberes y estudiando para los exámenes”.
Rodeado de adultos, Albert Baró maduró más rápido que sus amigos, en un ámbito que le exigía responsabilidad, compromiso y disciplina, pero que también lo llenaba de satisfacción: “El mundo actoral es un aprendizaje infinito; aprendes de tus compañeros, de los directores y de los personajes que te tocan”. En ese sentido, destaca de su paso por Merlí –el proyecto que, con tres temporadas, fue hasta ahora el más extenso de su carrera- el gran trabajo del coach que los preparó y el papel que le tocó interpretar (Joan Capdevila), que tuvo una gran evolución a lo largo de la serie.
La gran repercusión de la ficción de Héctor Lozano hizo que sus seguidores en redes sociales se multiplicaran y que comenzaran a conocerlo en distintas partes del mundo. “Yo siempre lo he vivido desde un lugar muy tranquilo e incluso ahora, que ya tengo 24 y que he vivido todo el año pasado en Argentina, sigo sin creerme que toda esta gente pueda flipar con lo que yo hago”, asegura, y explica: “Supongo que es por cómo me han educado y cómo he vivido aquí en el pueblo, donde todo es tan natural y sencillo, que estas cosas se me hacen muy grandes”.
Yo siempre lo he vivido desde un lugar muy tranquilo e incluso ahora sigo sin creerme que toda esta gente pueda flipar con lo que yo hago.
Cada vez que abraza un nuevo proyecto, sin importar los comentarios positivos que reciba, Albert repite: “A lo mejor es mi último trabajo como actor”. Según cuenta, eso hace que disfrute y que viva el presente, sin pensar mucho más allá: “Nunca sabes lo que va a pasar, y menos en esta profesión, que es muy inestable”. Sin ir más lejos, en septiembre de 2018 estaba sin trabajo, a la espera de alguna prueba, cuando recibió la propuesta de la productora argentina Polka para el que sería su primer protagónico.
En ese momento, el catalán vivía en Madrid, donde había terminado de grabar la telenovela Servir y proteger, y nada lo ataba. Por eso no tardó en leer los libretos de Argentina, tierra de amor y venganza (ATAV) y en entusiasmarse con la idea de viajar al país sudamericano: “Tenía muchas ganas de conocerlo y pensé que era la oportunidad perfecta para ir y dar lo mejor”.
Tenía muchas ganas de conocer Argentina y cuando llegó la propuesta de ATAV pensé que era la oportunidad perfecta para ir y dar lo mejor.
Tras mandar su reel, ser el elegido entre otros candidatos y vivir tediosas semanas de trámites, el 25 de diciembre de 2018 Albert Baró finalmente se embarcó en esa aventura que tanto soñaba cuando, en Navidad, voló hacia Buenos Aires. Allí, lo esperaba un auto, varias pruebas de vestuario, reuniones, ensayos y largas jornadas de rodaje, que comenzaron apenas una semana después de su arribo.
“Uno llega a un país que no conoce y está constantemente con los ojos abiertos, observando todo, desde que bajas del avión y te subes a un taxi”, describe todavía con ilusión, y señala: “El taxi ya lo ves distinto, la carretera, la gente con la que te vas cruzando, el hablar”. Esa sensación del recién llegado también la vivió su personaje de ATAV, Bruno Salvat, un catalán que a fines de los años treinta tuvo que emigrar a Argentina para buscar a su hermana, de quien se separó durante la guerra civil española.
Uno llega a un país que no conoce y está constantemente con los ojos abiertos, observando todo.
El actor conocía de antemano el contexto histórico que retrataba ATAV. Sin embargo, al momento de preparar el papel, quiso hacerlo desde un lugar más familiar y, antes de viajar, se juntó varias veces con su abuela para que le contara lo que ella vio de cerca: “Para mí fue un reto y una responsabilidad, quise defender mucho a este personaje que vivía una situación en la que se encontró muchísima gente”.
Con ATAV, Albert Baró enseguida notó el impacto de tener un rol protagónico. “Nunca había vivido un ritmo de trabajo tan exigente y tan fuerte, dentro del plató y en casa, no me esperaba que fuese tan intenso”, confiesa, y destaca el hecho de que su personaje gustó y mantuvo su exposición “a full” a lo largo de la trama. El vínculo que creó con el elenco fue fundamental para su adaptación a esa carga laboral.
Nunca había vivido un ritmo de trabajo tan exigente y tan fuerte como el de ATAV, no me esperaba que fuese tan intenso.
“Desde un principio me sentí en familia, muy cómodo y a gusto con la gente, que me recibió con los brazos abiertos y con ese calor que tenéis en Argentina”, dice respecto a sus compañeros de trabajo, que enseguida intentaron imitarlo, enfatizando las “z” y terminando las oraciones hacia abajo: “Nosotros cuando terminamos la frase bajamos, en Argentina empezáis desde abajo y ¡tá! termináis arriba”. Según confiesa, el único de ATAV que se acercó bastante a su acento español fue el joven Franco Quercia (Malek).
Albert hizo una buena dupla con su compatriota Diego Domínguez (Córdoba), quien ya tenía experiencia en el país por haber trabajado en la tira juvenil Violetta. “Nos conocimos de casualidad en Madrid, en una boca de metro, por un amigo en común, pero prácticamente no cruzamos palabra”, revela Baró, y cuenta que unas semanas después de ese encuentro fortuito Domínguez vio la noticia de que él había fichado por Polka y le escribió en plan “hostias, tú eres el otro español que me dijeron”. Así, quedaron para tomar un café y charlar de lo que vendría, y luego ya se vieron en Buenos Aires: “Ha sido un gran compañero, nos hemos hecho un montón de soporte, de aguante, y es un hermano para mí ahora mismo”.
Diego Domínguez ha sido un gran compañero, nos hemos hecho un montón de aguante y es un hermano para mí ahora mismo.
Tampoco fue menor el sostén de su familia que, a la distancia, siguió atenta cada uno de los capítulos de la novela: “Saber que desde aquí estaban viendo todo lo que se hacía en Argentina me sirvió para seguir adelante, sin bajar ese ritmo de trabajo a tope”. Incluso ahora, que se está emitiendo nuevamente, su abuela vuelve a mirarlo orgullosa todas las noches, algo que el actor que interpretó a Bruno Salvat cuenta con ternura: “Ayer fui a cenar a su casa y me dijo que me había visto el día anterior en ATAV y que le gusta mucho”.
Si el actor catalán tuviera que recomendarle algo a algún colega que deba trabajar en el país, le diría “que disfrute de todo lo que se le pase por delante”: del trabajo, de la gente, de la comida, de los asados y del mate. “Yo no sé cómo se proyectará mi vida, pero sé que esa etapa será algo que tendré siempre adentro de mí”, asegura, y agrega: “Fue único lo que yo viví en Argentina, es algo que me acordaré toda la vida”.
Fue único lo que yo viví en Argentina, es algo que me acordaré toda la vida.
Ahora, aunque hizo algunos castings, Albert Baró está tranquilo con la familia y los amigos, sin desesperarse por que llegue el próximo proyecto: “Me he tomado estos meses de confinamiento para conectarme también conmigo, porque lo que viví el año pasado fue maravilloso pero no dejó de ser una locura, entonces me venía bien un poco de tierra, de casa y de entender todo lo que me ha pasado”. Así lo sintió, de manera premonitoria, cuando volvió a España: “Yo llegué en diciembre y en enero sentí que este sería un año medio rarito, más personal, más para mí”.