Se cumple medio siglo de la publicación del álbum Treinta minutos de vida (1970), de Mauricio “Moris” Birabent. Se trata del debut discográfico del músico argentino que sentó las bases del Rock Nacional en su país y que, a mediados de los setenta, emigró a Madrid y dejó su huella en el rock español.
Texto: Christian Alliana
Pese al excesivo caudal de información que circula actualmente gracias a la tecnología, si uno busca en Internet comentarios sobre Treinta minutos de vida (1970), el primer disco de Moris, se sorprenderá al encontrar escasas notas. Pareciera que, en el transcurso de estos cincuenta años, el mundo periodístico no fue lo suficientemente justo con este material como para darle la importancia que se merece.
Acompañado por Javier Martínez (batería), Claudio Gabis (guitarra), Norberto «Pappo» Napolitano (bajo) y Richard Green (teclados), Moris creó una obra movilizadora que, quieras o no, estremece el alma y sacude las emociones. Ahora, en su quincuagésimo aniversario, tenemos la excusa perfecta para repasar esas ocho canciones que la componen.
“El oso” abre el álbum con esa fábula libertaria que es una postal de época. En 1970 el hippismo todavía pululaba por el aire, aunque Lennon ya estaba cerca de plantear que el sueño había terminado. Aun así, circunscribir esta canción a un romanticismo hippie sería tener una visión muy corta: la búsqueda de la libertad es algo que nos atañe como especie desde siempre. En estos días de confinamiento, en los que las ganas de escaparle al encierro y adueñarnos nuevamente de las tardes son aún mayores, todos nos convertimos en osos esperando que alguien deje abierta la jaula.
“Ayer nomás” es un tema que el público ya conocía por la versión que habían grabado Los Gatos en su primer disco editado en 1967. Sin embargo, en aquella ocasión, Litto Nebbia había modificado la letra original de Pipo Lernoud para no tener problemas con la censura y así poder editarla. La inclusión de la canción en este debut de Moris cobra importancia por respetar la lírica auténtica y por su interpretación cruda en formato voz y canción.
“Pato trabaja en una carnicería” sorprende por una letra de protesta envuelta en una musicalidad sensible. El comunismo, el capitalismo, el rico, el pobre, el artista, el raro, vos y yo, todos mezclados en poco más de cuatro minutos; algo así como ver pasar la vida mientras seguís trabajando del otro lado del mostrador. La profunda importancia de esta canción quizás pueda entenderse con la gran cantidad de versiones realizadas por distintos artistas, desde Andrés Calamaro hasta La Mississippi, pasando por Iván Noble y Lolo Micucci.
“De nada sirve” continúa en el tracklist y es un auténtico manifiesto. En él conviven el existencialismo, la bronca, la rebeldía, el consumismo, la soledad y más. Si no se supiera que fue grabada en una sola toma, igualmente se intuiría. Semejante letra e interpretación no podrían haberse dado de otra forma: durante los casi ocho minutos que dura el tema, Moris parece vomitar sus pensamientos en estado de trance. Esa mezcla entre el blues y el jazz –musicalmente es igual a “Hit the road Jack” por Ray Charles- dan como resultado una visceral calesita rockera.
“Esto va para atrás” abre el Lado B del disco y retrata el duro arte de vivir (nadie pidió venir a este mundo, ¿no?). Esta canción también grabada por Tanguito, a su vez tiene una conexión espiritual con “Porque hoy nací”, de Manal. Una vez más, el existencialismo uniendo lazos entre toda una generación marcada por la búsqueda de un conocimiento tanto interno como externo y el cuestionamiento al status quo.
“En una tarde de Sol” es una bonita canción de amor de un hijo a su mamá. Aquí parece colarse tangencialmente algo del tango y el bolero que Moris llevaba consigo y su porteñidad a flor de piel. Pocas cosas son tan porteñas como extrañar a la vieja.
“El piano de Olivos” es el único instrumental del disco y funciona casi a modo de coda. Improvisación nerviosa y pasional con las teclas del piano sonando casi machacadas. No apto para académicos.
“Escúchame entre el ruido”, como final y principio. Un gran cierre del álbum que pareciera escrito en estos tiempos candentes de lucha por la igualdad de género. Que alguien en 1970 cuestionara a la sociedad machista y desnudara las miserias del hombre habla no sólo de alguien adelantado a su época, sino también de una persona valiente, al servicio del arte como cualidad humana. El tema es al lado B lo que “De nada sirve” es al lado A: una canción que interpelan en su tiempo y se plantan en el futuro sin oxidarse a su paso.
Moris alguna vez declaró que en el momento de la grabación de Treinta minutos de vida “todo era un desierto y se podía hacer de todo”. Hoy, cincuenta años después, no sólo se debe valorar lo hecho sino su aporte global al haber creado una obra imperecedera que exige ser apreciada. Mucho más teniendo en cuenta que hablamos de un artista que en Argentina sentó las bases del Rock Nacional y que, pocos años después, llegaría a Madrid para poner también la piedra fundamental del rock español.