Mientras trabaja en su próximo disco y prepara el concierto en el Luna Park reprogramado para el 23 de octubre, el cantautor Coti Sorokin charló con Revista FlipAr sobre la estrecha relación que lo une a España, el país donde vivió y desarrolló su carrera durante doce años siempre manteniendo su esencia argentina, y sobre cómo influyó en su obra la nostalgia propia de quien deja su tierra natal. Mira el video:
Texto: Pilar Muñoz
La vida de Coti Sorokin está marcada por su espíritu nómade y por una constante búsqueda en la que la brújula siempre lleva notas musicales. Con su vastísima obra no sólo ha demostrado ser uno de los cantautores contemporáneos más importantes de habla hispana sino, también, tener la capacidad de componer canciones que, con mensajes de amor y esperanza, logran tocar la fibra sensible de quien los escucha y devienen en verdaderos himnos populares de ambos lados del Atlántico.
De adolescente, cuando finalizó sus estudios secundarios en Concordia, Entre Ríos, decidió volver a su Rosario natal para estudiar música en esa gran cuna del rock argentino. Allí, tuvo sus primeros proyectos musicales, como Luz Mala, la banda con la que empezó a tocar en la escena independiente, grabó un demo –costeado con el dinero que ganaba dando clases- y se presentó a la Bienal de Arte Joven.
“Ganamos el primer premio, que era grabar el disco con Litto Nebbia y César Franov, dos monstruos de la música, en Buenos Aires”, relata hoy, y cuenta que esa experiencia fue el puntapié para comenzar a fantasear con la idea de mudarse a la capital. “Rosario me encantaba pero quería estar ahí donde se cuecen las habas”, explica, y cita el ejemplo de algunos músicos de la trova rosarina: “Fito Páez y Juan Carlos Baglietto ya se habían venido porque, lamentablemente, el nuestro es un país muy centralizado y acá estaba ocurriendo todo”.
Rosario me encantaba pero quería estar ahí donde se cuecen las habas, en Buenos Aires.
Sin embargo, instalado en Buenos Aires, Coti Sorokin tampoco se quedaría quieto ni echaría raíces definitivas. “Parar, eso no está en mis planes”, inmortalizaría en una de sus canciones venideras. Así, recorrió salas, participó de grabaciones en estudios y, de a poco, ese hacer continuo lo llevó a embarcarse en aventuras cada vez más desafiantes, como componer, ejecutar y grabar la música de su primer disco solista.
“En el proceso, mientras estaba terminándolo, me dieron ganas de viajar, de recorrer el mundo y de que en diferentes lugares se conociera mi música”, relata, y cuenta que en septiembre de 2001 tenía previsto un viaje a Estados Unidos en el que mostraría su material –que incluía las por entonces inéditas “Antes que ver el sol” y “Nada fue un error”- a un productor discográfico.
Sin embargo, el atentado a las Torres Gemelas torció su destino e hizo que terminara con sus primeras maquetas rumbo al Aeropuerto de Barajas. “La persona con la que me iba a reunir en Miami me llamó desde Madrid, entonces se cerró una puerta pero se abrió una ventana hermosísima”, asegura.
España enseguida lo atrapó. Quizás por eso, cuando le preguntaron si vivía ahí, no dudó en decir que sí. “Gracias a esa mentira piadosa fue que Universal Music me firmó un contrato por cinco discos”, revela, y nombra sus álbumes Coti (2002), Canciones para llevar (2004), Esta mañana y otros cuentos (2005), Gatos y palomas (2007) y Malditas canciones (2009), todos publicados por la multinacional.
Una de las dos condiciones que puso fue ser absolutamente libre en lo artístico: “Siempre me mantuve al margen de esas corrientes de moda relacionadas a la música latina”. La otra, poder trabajar los discos en Argentina, algo que hizo que durante los doce años que vivió en España siguiera muy conectado con su tierra.
Siempre me mantuve al margen de esas corrientes de moda relacionadas a la música latina.
Materiales como Gatos y palomas reflejan el compromiso de Coti Sorokin con la realidad de su país. «Toño el mendigo», por ejemplo, describe a un hombre en situación de calle que vivía con su colchón bajo un árbol de la Plaza Barrancas de Belgrano, situada justo frente a la sede de Universal. “Un día fui a hacer una entrevista y vi que los perros tenían un corral para hacer sus necesidades pero el homeless no tenía nada”, recuerda, y cuenta que quiso pintar una especie de acuarela porteña de aquellos años.
“Cuando más lejos de ti yo me voy más te siento cerca de mí y más te busco por otras ciudades”, dice en “Buenos Aires”, el último track de ese mismo álbum. Es que, según cuenta, fue una época de mucha nostalgia. “Cuando uno se va a vivir a otro país pasa por diferentes momentos”, asegura, y explica que al principio todo es novedad pero que, después de cinco años, aparece esa morrinha de la que hablan los gallegos. “Es un disco atravesado por esa sensación, todas las composiciones tienen algo de esa melancolía medio tanguera”, señala.
Gatos y palomas es un disco atravesado por la nostalgia, todas las composiciones tienen algo de esa melancolía medio tanguera.
Buenos Aires es la ciudad que Coti Sorokin más ama en el mundo y, por eso, en cada lugar que visitó por aquellos años encontraba cosas que le remitían a ella. “Cuando extrañás a una persona la buscás en gestos y características de otras personas, en detalles físicos, en sus prendas y en sus nombres, y lo mismo pasa con las ciudades”, explica, y ejemplifica: “En algunas esquinas alucinás porque te sentís en Obligado y Juramento, o la Gran Vía, que parece la Avenida de Mayo”.
Le pasó eso en Madrid y en otras grandes urbes como París o Barcelona, donde recordaba los arrabales porteños, pero también en ciudades gallegas como La Coruña o en ciertas zonas del País Vasco a las que iba de gira. “Ningún inmigrante se quita eso; nuestros abuelos españoles, italianos, rusos o polacos siempre hablaban de sus tierras e hicieron el país un poco a imagen y semejanza de Europa”, argumenta.
Allí, Coti pudo comprobar ese gran vínculo que une a los músicos argentinos y españoles, cuyo precedente innegable, dice, es Tequila, en cuya formación estaban los argentinos Ariel Rot y Alejo Stivel. “El rock argentino y el rock español son hermanos, ni siquiera primos”, sostiene y, después de nombrar también el caso de Los Rodríguez, asegura: “A los españoles les gusta la música que hacemos en Argentina, nos quieren mucho, entonces somos muy bienvenidos”.
El rock argentino y el rock español son hermanos, ni siquiera primos.
Fue así que, a medida que ganaba popularidad, Coti Sorokin comenzó a compartir escenarios y a hacerse amigo de grupos de pop-rock como Pereza, M-Clan, El Canto del Loco, Sidonie, Efecto Mariposa o Nena Daconte, con quienes se formó una especie de cofradía. Sin embargo, cuenta, para ellos siempre fue “el argentino Coti”: “A Rot y a Stivel no les pasó tanto porque vinieron de más chicos, pero a Andrés Calamaro y a mí siempre se nos individualizó así”.
Sin embargo, también se relacionó con artistas de estilos diferentes al suyo, como Rosario Flores –que en 2008 lo invitó a su concierto Rosario y amigos en el Teatro Liceo de Barcelona para interpretar juntos “La distancia” y en 2013 participó de su tema “Luz de día”-, con el grupo de flamenco-fusión Ketama o con el cantautor Ismael Serrano. “Tuve la oportunidad de conocer y de codearme con el mundo musical tan hermoso, tan rico y tan vasto que tiene España”, afirma.
Tuve la oportunidad de codearme con el mundo musical tan hermoso, tan rico y tan vasto que tiene España.
Tras haber vivido doce años en Europa y haberse nutrido de todo ese bagaje cultural, en 2014 Coti decidió volver a radicarse en Argentina, aunque con la certeza de que su vida siempre estaría partida entre Buenos Aires y Madrid, donde conserva su casa y viaja numerosas veces al año –de hecho, de no haber sido por la pandemia del Coronavirus, al momento de la charla habría estado de gira por allí-.
La cuarentena obligó a Coti Sorokin a suspender conciertos, ensayos y entrevistas, y le permitió enfocarse en sus nuevas canciones y trabajar “a full” en el próximo disco, que ahora está grabando de manera remota. “Los músicos no nos aburrimos nunca, siempre vamos a encontrar algo para hacer y para canalizar el tiempo”, asegura, y concluye: “Si no se puede tocar es como si nos faltara una pierna, pero juntaremos fuerzas y canciones para cuando se pueda”.